¡¡¡ FELICES
FIESTAS Y
FELICES
LECTURAS !!!
LES DESEA EL GRUPO DE FOMENTO A LA LECTURA
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“ÉRASE
UNA VEZ…”
El pino
Hans Christian Andersen
Hans Christian Andersen
Allá lejos en el bosque había un pino: ¡qué pequeño y qué bonito era! Tenía un buen sitio donde crecer y todo el aire y la luz que quería, y estaba además acompañado por otros camaradas mayores que él, tantos pinos como abetos. ¡Pero se empeñaba en crecer con tan apasionada prisa!
No prestaba la menor atención al sol ni
a la dulzura del aire, ni ponía interés en los niños campesinos que pasaban
charlando por el sendero cuando salían a recoger frutillas.
A veces llegaban con una canasta llena,
o con unas cuantas ensartadas en una caña, y se sentaban a su lado.
-¡Mira qué arbolito tan lindo! -decían-.
Pero al arbolito no le gustaba nada oírles hablar así.
Al año siguiente se alargó hasta echar
un nuevo nudo, y un año después, otro más alto aún. Ya se sabe que, tratándose
de pinos, siempre es posible conocer su edad por el número de nudos que tienen.
-¡Oh, si pudiera ser tan alto como los
demás árboles! -suspiraba-. Entonces podría extender mis ramas todo alrededor y
miraría el vasto mundo desde mi copa. Los pájaros vendrían a hacer sus nidos en
mis ramas y, siempre que soplase el viento, podría cabecear tan majestuosamente
como los otros.
No lo contentaban los pájaros ni el sol,
ni las rosadas nubes que, mañana y tarde, cruzaban navegando allá en lo alto.
Cuando venía el invierno y la
resplandeciente blancura de la nieve se esparcía por todas partes, era
frecuente que algún conejo se acercase dando rápidos brincos y saltase
justamente por encima del pinito. ¡Oh, qué humillante era aquello!… Pero
pasaron dos inviernos, y al tercero había crecido tanto, que los conejos se
vieron forzados a rodearlo. "Sí, crecer, crecer, hacerse alto y mayor;
esto es lo importante", pensaba.
En el otoño siempre venían los leñadores
a cortar algunos de los árboles más altos. Todos los años pasaba lo mismo, y el
joven pino, que ya tenía una buena altura, temblaba sólo de verlos, pues los
árboles más grandes y espléndidos crujían y acababan desplomándose en tierra.
Entonces les cortaban todas las ramas, y quedaban tan despojados y flacos que
era imposible reconocerlos; luego los cargaban en carretas y los caballos los
arrastraban fuera del bosque.
¿Adónde se los llevaban? ¿Cuál sería su
suerte?
En la primavera, tan pronto llegaban la
golondrina y la cigüeña, el árbol les preguntaba:
-¿Saben ustedes adónde han ido los otros
árboles, adónde se los han llevado? ¿Los han visto acaso?
Las golondrinas nada sabían, pero la
cigüeña se quedó pensativa y respondió, moviendo la cabeza:
-Sí, creo saberlo. A mi regreso de
Egipto encontré un buen número de nuevos veleros; tenían unos mástiles
espléndidos, y en cuanto sentí el aroma de los pinos comprendí que eran ellos.
¡Oh, y qué derechos iban!
-¡Cómo me gustaría ser lo bastante
grande para volar atravesando el mar! Y dicho sea de paso, ¿cómo es el mar? ¿A
qué se parece?
-Sería demasiado largo explicártelo
-respondió la cigüeña, y prosiguió su camino.
-Alégrate de tu juventud -dijeron los
rayos del sol-; alégrate de tu vigoroso crecimiento y de la nueva vida que hay
en ti.
Y el viento besó al árbol, y el rocío lo
regó con sus lágrimas. Pero él era aún muy tierno y no comprendía las cosas.
Al acercarse la Navidad los leñadores
cortaron algunos pinos muy jóvenes, que ni en edad ni en tamaño podían medirse
con el nuestro, siempre inquieto y siempre anhelando marcharse. A estos jóvenes
pinos, que eran justamente los más hermosos, les dejaron todas sus ramas. Así
los depositaron en las carretas y así se los llevaron los caballos fuera del
bosque.
-¿Adónde pueden ir? -se preguntaba el
pino-. No son mayores que yo; hasta había uno que era mucho más pequeño. ¿Por
qué les dejaron todas sus ramas? ¿Adónde los llevan?
-¡Nosotros lo sabemos, nosotros lo
sabemos! -piaron los gorriones-. Hemos atisbado por las ventanas, allá en la
ciudad; nosotros sabemos adónde han ido. Allí les esperan toda la gloria y todo
el esplendor que puedas imaginarte. Nosotros hemos mirado por los cristales de
las ventanas y vimos cómo los plantaban en el centro de una cálida habitación,
y cómo los adornaban con las cosas más bellas del mundo: manzanas doradas,
pasteles de miel, juguetes y cientos de velas...
Continúa en: Texto: http://www.ciudadseva.com
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Imagen: http://biblioalange.wordpress.com
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